26 de octubre de 2010

Marilyn Monroe, por dentro y por fuera.

Norma Jeane

Marilyn llegaba siempre tarde. Era su defecto más recurrente. Llegaba tarde a los rodajes, a las citas, a las fiestas. Y, al principio, llegaba tarde a las sesiones de terapia con Ralph Greenson, el último confesor de sus desgracias. Era un hombre mayor, sin el poder de atracción del escritor Arthur Miller o del deportista Joe DiMaggio, con quienes estuvo casada. Pero este psicoanalista le marcó tanto que llegó a conseguir que la actriz rompiera esa insana costumbre del retraso y se presentara con antelación a sus citas.


Imagen descartada del último posado antes de morir.

Una chica que temía la noche, a la que le gustaba hacer el amor de día y de pie, alejada del cliché de muñeca sin cerebro con el que muchos la veían.


Imágenes tachadas, eliminadas, Marilyn estaba borracha tras una sesión fotográfica muy larga.


Por supuesto. La chica que directores despreciaban por ser "demasiado Hollywood", claro que leía. Era una autodidacta plena. Viajaba con 400 volúmenes a cuestas y había estudiado ya a Freud con 21 años

Con los Kennedy, Robert y JFK.
La atracción fatal que esta gata herida ejercía no atiende a explicaciones racionales. Aquella mujer a quien, según su amigo Elia Kazan, "Hollywood tiró al suelo con las piernas abiertas", fascinó a intelectuales como el propio Miller o Truman Capote.

En la última sesión de fotos, que en 1962 Bert Stern realizó de la estrella en una suite del hotel Bel-Air de Los Ángeles, las imágenes más desconocidas de un mito. El cuerpo más adorado de Norteamérica fue inmolado ante la cámara del fotógrafo dejando a la intemperie su alma lacerada.

Poco antes de este último posado, a Marilyn le habían hecho una intervención de vesícula. La cicatriz en forma de queloides que divide el vientre de Marilyn, lejos de romper el mito, es todo un homenaje a la humanidad. Entre ese costurón y el lunar por encima del labio está la historia de la mujer más deseada del mundo.


Fue el más humano de sus caprichos. El fotógrafo Bert Stern comenzó a sacrificar su cuerpo con 2.571 disparos de Hasselblad y a abrasarlo con fogonazos de magnesio hasta extraer todo el desamparo que llevaba dentro, con la espléndida belleza madura a punto de ajarse.

De negro. Así vio el mundo entero a Marilyn Monroe en la revista 'Vogue' que, casualidades del destino, se publicó el día después de la muerte de la actriz. La revista nunca se atrevió a publicar sus fotos con la cicatriz, y Stern tuvo que repetir la sesión.

Fotografiar a Marilyn era como fotografiar la luz. Joyas, champaña, soledad. En este álbum de fotos, al desnudo de Marilyn se le ha evaporado el Chanel nº 5, que era el único pijama con que dormía. Ahora aquel perfume sólo es su alma derrotada, bellísima.
Via...





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